Cualquiera puede hacer historia; pero sólo un gran hombre puede escribirla". Oscar Wilde

lunes, 9 de mayo de 2011

EL QUIOSCO DEL CÁSCARAS

El quiosco del Cáscaras se situaba en la esquina de la Calle Real con la Calle Convento, frente a Don Manuel el Médico y a la tienda de Pepe el Gordo. Era regentado por Juan Antonio Rodríguez Tovar “ El Cáscaras” y su esposa Trinidad Norte López.
Desde que en el año 1958, le amputan a Juan Antonio una pierna cuando tenía 18 años y el ayuntamiento le concede una licencia para abrir el puesto.
En esos tiempos llenaba el puesto de chucherías con 5oo pesetas, actualmente 3€, una bolsa grande de pipas a granel les costaba 6 pesetas y el vendía una medida en un cartuchito de papel a 10 céntimos de peseta, popularmente conocido por una perra gorda o una gorda,  y el cartón de rubio le costaba a 125 pesetas.
El kiosco era bastante pequeño y en verano para los helados tenía un tanque de salmuera donde los conservaba junto a éste. En la actualidad este quiosco ya no existe.

martes, 26 de abril de 2011

ESCUDO DE CASTILLEJA DE LA CUESTA

Actualmente, Castilleja de la Cuesta está representada por un escudo cortado (fig. 1): "primero, de gules, el castillo de plata; segundo, cuartelado en aspa o sotuer, en alto y en bajo, sendas calderas de oro jaqueladas de gules y grimpoladas, o sea, con siete cabezas de sierpes en cada asa; en diestro y siniestro, de plata, cinco armiños de sable puestos en aspas. Al timbre corona condal", (Decreto nº 2.950/1964).
Es de resaltar que el escudo consta de dos elementos, símbolos fundamentales de la historia de la Villa. Por un lado, el castillo, del que probablemente venga su nombre; por otro, las calderas y los armiños de sable, parte principal del escudo de armas de los Guzmanes (fig. 2) que, como se explica en el capítulo 2, fueron señores de este pueblo durante varios siglos.
Sin embargo, este escudo representa al pueblo de Castilleja de la Cuesta tan sólo desde el 8 de septiembre de 1964, fecha en la que fue otorgado por el Ministerio de la Gobernación gracias a una petición realizada por el Ayuntamiento, a cuya cabeza se encontraba, como alcalde-presidente, Francisco Adorna Rosales.
Hasta esa fecha, el escudo atribuido al municipio y que se remonta al siglo XIX, consistía en un paralelogramo acorazonado, con dos calderas dispuestas en vertical y sobre campo azul, como claro vestigio dejado por los Guzmanes. No obstante, dicho escudo debió caer en desuso hace tiempo, ya que el Ayuntamiento ha usado durante muchos años en sus documentos un sello ,con un castillo de oro sobre campo rojo, cuyo origen viene de que, en tiempos pasados y coronando la cuesta de acceso a esta Villa, debió existir un castillejo, dando ambos, cuesta y castillo, el nombre al pueblo.
Para la Corporación municipal, la existencia de estos dos escudos era reflejo de las rivalidades de los bandos o partidos que existieron en el pasado, quedando en la actualidad algún vestigio, como se demuestra en las dos Hermandades existentes, quienes apasionadamente utilizan los colores rojo y azul en todos sus distintivos y útiles de culto. Sin embargo, consideraban necesario unificarlos, puesto que ambos reflejaban parte del pasado histórico de la Villa.

miércoles, 20 de abril de 2011

Los piconeros

Los piconeros

Piconero en el mantenimiento
del horno
El de los piconeros fue un gremio muy importante en la antigüedad ya que el carbón y el cisco era la principal fuente de energía para la producción de calor para todas las funciones del hogar como cocinar, lavar, planchar, aseo, calefacción (para este fin se empleaba principalmente el cisco de picón que se encendía en el brasero), etc.
Transcribimos los recuerdos que nos ha relatado la hija de uno de los muchos piconeros que existieron en nuestro pueblo basados en lo que su madre, una señora de 78 años, le ha contado. Su padre fue el primero de la familia en dedicarse a este negocio, debido a que en aquella época el carbón era un producto principal para las labores domésticas (guisar, planchar, calentar agua para el aseo, lavar con las cenizas que quedaban del rescoldo de las brasas, etc.), el ser carbonero era un negocio rentable que generaba suficientes recursos para la subsistencia de la familia, aunque como es lógico y por la naturaleza del producto era un negocio negro y sucio.
El abuelo tenía un camión con el que se dedicaba a viajar a los pueblos de la sierra para comprar el carbón y distribuirlo después tanto por Sevilla capital como en nuestro pueblo y algún que otro limítrofe.
Preparación del horno para hacer el carbón
Las poblaciones de Almadén de la Plata, Constantina, Zalamea y algunos otros de aquellas latitudes eran los lugares donde solía surtirse de carbón. Para la elaboración del carbón los trabajadores de estos pueblos podaban las encinas y olivos, principalmente, y la leña cortada era apilada formando unas montañas en la que dejaban un hueco en el centro desde abajo hasta la cima que hace la función de chimenea por donde entraba el aire para ir controlando la combustión interior una que se le prendía fuego, una vez que se prendía fuego se tapaba todo el montón de leña con tierra y se dejaba encendido varios días. Durante el tiempo que estaba ardiendo era preciso que estuviera pendiente el hombre para evitar que se pudiera perder la tierra que tapaba la leña ya que si eso ocurría la combustión no dejaba de ser controlada y aparecerían las llamas perdiéndose el carbón.
Pasados los días oportunos se empezaba a apagar echando agua dejándose enfriar, una vez frío se desmontaba el horno o boliche, que es como se conocen los montones de leña en alguno de los pueblos en los que se produce el carbón, se apaleaba para partir los grandes bloques y se transportaban en unas espuertas, conocidas como seras.
Estas seras se cargaban en camiones que las llevaban a los puntos de venta. Era un negocio que tenía actividad durante todo el año si bien en invierno como es lógico el trabajo era mayor.

miércoles, 6 de abril de 2011

Parroquia de la Inmaculada (Calle Real)

Parroquia de la Inmaculada (Calle Real)  

 Corría el año de 1.400, concretamente el 16 de enero, cuando don Gonzalo de Mena y Roelas (arzobispo de Sevilla) cedió perpetuamente a los frailes de la Tercera Regla de San Francisco, la iglesia parroquial de San Juan de Aznalfarache a la que pertenecía la primitiva ermita de Santa María de la Concepción situada en la Calle Real de Castilleja de la Cuesta, que por aquellos años y hasta el de 1.634 perteneció a la jurisdicción de la vecina Villa de Tomares.
     Ya a comienzos de 1.615, esta ermita fue elevada a parroquia por el arzobispo Pedro de Vaca de Castro y Quiñónez. De enorme importancia fueron las restauraciones llevadas en su arquitectura a mediados del siglo XVIII (1752) y durante el primer tercio del XIX (1834); su fachada principal adquiere su actual fisonomía con la espadaña que se construye a comienzos del siglo XX.
     El templo consta de una sola nave cubierta con tejado a dos aguas, una cabecera con bóveda vaída y la corona la citada espadaña; posee adosadas tres capillas: la Sacramental,  la de María Santísima de los Dolores, y la Bautismal. La puerta se halla situada a los pies. El interior es bastante rico y se encuentra bastante bien conservado. El retablo mayor, procedente del desaparecido convento de Mínimas de la Calle Sierpes de la capital hispalense, es obra de Cristóbal de Guadix, construido entre 1702 y 1706 y es una pieza barroca compuesta de tres calles y una rica decoración resaltando sus columnas salomónicas y las esculturas que se intercalan entre sus espacios. El camarín principal está ocupado por la imagen de la Inmaculada Concepción, obra del escultor Gumersindo Jiménez Astorga de 1878.
     En el muro del Evangelio, mirando al retablo mayor, hay un primer retablo que contiene cuatro imágenes: en el centro se halla una escultura de San José del siglo XVIII; a su derecha una Santa Clara, del siglo XVII, y a su izquierda Santa Inés. Sobre el banco del retablo se cobija en un apequeña hornacina la talla de un Niño Jesús, del siglo XIX, donado a la Hermandad Sacramental por don José Marín Oliver. Más adelante se ve otro retablo donde hay un Calvario compuesto por imágenes de tamaño natural: Nuestra Señora de la Piedad y  el Cristo de la Vera-Cruz, ambos del siglo XVII, y San Juan del XVIII.
     A los pies de la nave se hallan dos hornacinas que guardan una Custodia Procesional del siglo XIX, y la Imagen de la Virgen del Carmen, del XIX. Sobre la puerta de entrada, hay un coro alto, con un órgano del siglo XVIII, procedente de la iglesia hispalense de San Juan de la Palma.
     En el muro de la Epístola se abren las citadas capillas respecto al altar mayor: la primera es la Sacramental o del Sagrario, en cuyo altar se encuentra la imagen de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, obra de mediados del siglo XVIII, atribuida a Ruiz Gijón. Destaca en esta dependencia el zócalo de azulejos realizado por el maestro local Juan Oliver Míguez entre los años 1940-50. Seguidamente está la capilla de la Virgen de los Dolores, construida en 1.965. Preside esta la imagen de María Santísima de los Dolores, obra tallada en el siglo XVIII y reformada a finales del XIX para poder procesionar; esta citada imagen, junto con las citadas de la Inmaculada y Jesús del Gran Poder, son la titulares de la Hermandad que se ubica en el edificio: “PONTIFICIA, REAL E ILUSTRE HERMANDAD SACRAMENTAL DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN Y COFRADÍA DE NAZARENOS DE LA SANTÍSIMA VERA CRUZ Y SANGRE DE JESUCRISTO, NUESTRO PADRE JESÚS DEL GRAN PODER Y MARÍA SANTÍSIMA DE LOS DOLORES”.
      Al salir de esta capilla y siguiendo por la nave derecha de la nave central, encontramos un retablo donde vemos la Imagen de San Juan del Prado, del siglo XVII y las de Santa Marta y el Corazón de María. Un poco más adelante hay una repisa tallada y dorada que cobija una escultura del siglo XVII de San Antonio de Padua. La última capilla, muy cerca de la puerta del templo, es la Bautismal, en cuyo centro se ubica una Pila de Bautismo de mármol blanco.
     Debemos destacar la magnífica colección de pinturas, oleos sobre lienzo, que se reparten por los muros del templo, la mayoría de estos procedentes del desaparecido convento de Nuestra Señora de la O de Castilleja de la Cuesta, en especial los cuatro pintados por el maestro Juan de Roela a comienzos del siglo XVII.